sábado, 25 de septiembre de 2010

Un Gol en el arco de Meco

(Por Milton Albariño) De las páginas de CADENA 24 tomamos éste escrito que quizimos regalarles, porque entre nos el "Cabezón" Ferrer es además de creativo un maestro en lo que hace y a mí en lo personal me llena de orgullo que sea mi amigo, porque además cuando nadie me daba ni la hora el tipo se acordó que por éstos lares existía un "coterraneo" y me dió la posibilidad de volver a los medios, si hoy puedo volver a comunicar un poco se lo debo a el y es otra gran "gauchada" como tantas que me ha hecho que son impagables. Dmedios tiene el enorme gusto de presentar UN GOL EN EL ARCO DE MECO de Ricardo Carlovich

Stroeder es una pequeña localidad en la punta sur de la provincia de Buenos Aires.
Allí mismo donde un camino de tierra y pedregullo lleva a los aventureros hacía la mítica Bahía San Blas y donde la ruta nacional 3 busca un paisaje de espinillos y los contornos pingüinescos que descubrió Magallanes.
Stroeder se forjó a pala y hacha, gracias a colonos rusos y alemanes que vinieron del Volga y a tanos y gallegos que llegaron con el tendido de las vías del Ferrocarril Sud.

Allí, en 1933, un sacerdote salesiano juntó a los pibes del pueblo y formó un equipo de fútbol y, en honor al cura Maza, bautizó al "team" como "San Lorenzo de Stroeder".

Para la década del 50 del siglo XX, el azulgrana ya discutía puntos en cada domingo con los poderosos de la Liga Rionegrina de Fútbol. Eran equipos de Carmen de Patagones y de Viedma, capital de Río Negro que tenían Primera, Segunda e Inferiores.

San Lorenzo apenas sí reunía titulares y suplentes para Primera y Segunda o, como decían en el bar, la Reserva.

Ellos, allá en cada ribera del río Negro tenían canchas con cesped y alambrados olímpicos.

San Lorenzo una cancha con piso de tierra y alambre siete hilos circundándola.

Cada 15 días los "famosos" de El Ciclón, Sol de Mayo, Fátima, Jorge Newbery, Villa Congreso y San Martín, venían a jugar a Stroeder.

"Cancha fulera", decían; aunque en realidad escondían con eso un "cancha brava" porque el rectángulo perfecto emulaba a Colón de Santa Fe con "Cementerio de los elefantes".

Es que ahí no se ganaba sólo con botines nevos, jugadores semi profesionales y cuerpo técnico completo.

En San Lorenzo todo ea distinto. El técnico se elegía cada año entre algún integrante de la Comisión Directiva del club.

El utilero era el "flaco" Poletto, un tipo buenazo siempre dispuesto que se bancaba todo.

La cancha había que marcarla cada domingo de local con pintura a la cal y un trozo de riel tirado por un viejo tractorcito Deutz 80 emparejaba el suelo.

Un arco daba al boliche donde leñadores y laucheros, junto a veteranos chacareros de manos rudas, sucumbían ante la caña quemada o algún tute cabrero.

El otro, hacía el sudoeste, dejaba ver el patio de la casa de Meco Roteño, un petiso de piel oscura que se distinguía entre los rubios teutones, dueño de una gracia muy peculiar en su hablar, lleno de señas y ademanes.

Cuando San Lorenzo jugaba de local, el pueblo entero iba a la cancha. Hombres, mujeres, niños...todos.

Aquel año, por segunda vez en su historia, San Lorenzo había perdido la final del Campeonato oficial frente a los potentes rojos de Villa Congreso, un equipo que contaba con grandes figuras y presupuestos generosos.

Pero ese año había posibilidad de revancha.

La Liga Rionegrina había organizado un "Petit Torneo", donde los cinco primeros dirimirían qué equipo representaría al ente en el Regional que eliminaba etapas rumbo a los recordados Campeonatos Nacionales que nucleaba a Boca, River, Huracán, Racing y demás grandes con conjuntos del interior del país divididos en zonas.

El anteúltimo partido de ese "petit" se jugaba en Stroeder y San Lorenzo recibía a El Ciclón de Patagones.

Cuatro puntos cada uno. El que ganaba llegaba puntero a la última ronda.

El 9 titular estaba expulsado y su reemplazante habitual, un pibe hijo de camioneros que la rompía, había sufrido una fractura doble de tibia y peroné ante los "celestes" de Sol de Mayo.

-"Mañana jugás vos", me dijo la noche anterior Jorge Pupco, un dirigente de aquellos que ponen todo a cambio de nada.

Esa noche no pegué un ojo.

Temprano a la mañana me fuí a patear a un potrero al lado de casa, sólo y apuntando a dos árboles que hacían de arco.

El "Piri" Natucci llegó en su Farlaine blanco y me tatarereó "Antiguo Reloj de Cobre", que sabía que me encantaba.

Mi viejo me llevó al mediodía a la sede del club.

"Tucho" Recondo, Edgar Declepsen, Lucho Vicuña, Omarcito Curetti, ya estaban tranquilos esperando el momento de cambiarse e ir a la cancha.

-"No te escondas...no arrugues...tocá y mostrate"...

Escucharlo a "Tucho" fue como sí Rattin o Pipo Rossi hubiesen estado en entre esas cuatro paredes del pequeño vestuario de ladrillo  sin revestir.

-"Pegate al 5 de ellos...vos tapale la salida", me dijo Juan, uno de los hermanos Sandroni que después de haber sido expulsado de por vida de las canchas por un trompiz a un referí, hacía las veces de DT.

-"Este la ve fácil. Pero el 5 de ellos es el Pera Franco que mide como dos metros", recuerdo haber pensado.

Aclaro que Juan Sandroni era un flaco esmirriado hijo de un inmigrante italiano que combatió en Libia en la Segunda Guerra que fue el número 9 más fabuloso que ví en mi vida.
Y eso que todos lo recuerdan como segundo marcador central, pero de centrodelantero era espectacular.

El primer tiempo fue cerradito, sin nada importante, ni siquiera para mí que cumplí la orden táctica junto al gigante 5 de ellos y cuando me llegó la pelota toque un par de primera y a lo seguro para no pasar vergüenza.

-"Ahora te parás entre los centrales y encará...", fue la orden en el entretiempo.

Nunca me voy a olvidar de ese día. El olor a chinche verde. El alcohol tirado exprofeso en el pecho de la camiseta para abrir los pulmones y los gritos del vasquito Madarietta, un fenómeno jugando al codillo que siempre me decía que lo mío no era el fútbol.

El Bochita Manggiaterra algo me dijo desde el costado cuando fui a buscar un lateral. Con él solíamos compartir lindas charlas a la sombra en épocas de cosecha de trigo. A él sí creo que le gustaba mi juego.

Hubo un centro llovido desde la derecha. Yo seguí la pelota y por un instante me olvidé de los centrales contrarios -uno era el Patón Bargas hermano del que jugó de 4 en la selección argentina en el mundial de Alemania 74 y el otro era el "culón" Martínez-.
Sentí que algo me rozó el parietal derecho.

Después, silencio.

Un silencio raro que se cortó con un "Vamos San Lorenzo Carajo!"...

Cuando me dí vuelta, el arquero de El Ciclón -que creo era Spampinatto- volvía desde atrás del arco con la pelota bajo el brazo para hacer el lateral.

Al domingo siguiente fuímos a la cancha de San Martín, en Viedma.

Ganamos 4 a 1 y pude convertir el único gol en primera.

Lástima que mi viejo no lo vió porque ese día se tuvo que quedar en Stroeder con un dolor de muelas terrible. Él aborrecía ir al dentista.

El Ciclón le ganó 6 a 0 a su último rival y se quedó con la oportunidad regional.

Hoy la Liga Rionegrina tiene otros participantes.

San Lorenzo de Stroeder ya no interviene y El Ciclón mutó en Deportivo Patagones.

El Cementerio de los Elefantes ya no existe y ahora en su lugar hay un barrio de viviendas.

La casa y el patio de Meco ya no recibe pelotazos por tiros al arco muy por encima del horizontal.
El vasquito tenía razón. Lo mío no era el fútbol por más que el Bocha opinara lo contrario.
No era bueno.

No podía serlo...sí nunca pude hacer un gol en Primera en el arco que da a la casa de Meco...    

Ricardo Carlovich - Viedma (R.N.)

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