jueves, 28 de octubre de 2010

La muerte, "esa puta vieja y fría"

Nacemos con una única certeza: vamos a morir. Claro que transitamos la vida poniendo a la muerte en un lugar de abstracción, de algo inevitable pero que hacemos como que no. Solamente se concretiza cuando nos toca bien de cerca, en algún familiar o amigo muy querido, o cuando aparece de manera fulminante en el horizonte social, sin remedio. Sólo en esos momentos tomamos conciencia de la real dimensión y concreción de la muerte.Eso ocurrió este 27 de octubre. Cuando me avisaron de lo que había pasado, la primera reacción fue no creerlo, pensar que se trataba de un gran error, de que algo estaba mal y que en cualquier momento se subsanaría. Lógico, nada cambió.

La segunda reacción fue de tristeza profunda. No tanto por la desaparición física de un personaje conocido, sino por el dolor social de esa especie de maldición que a lo largo de toda la breve historia argentina se hizo presente en momentos cruciales.

Aquellos que forjaron la revolución de 1810 murieron traicionados por aquellos que planeaban un país para pocos. Eva sucumbió ante el cáncer como no había sucumbido ante los arrebatos oligarcas que quisieron desaparecerla desde el primer día que mostró su estirpe. Hasta Guevara murió en manos de enemigos cuando se había impuesto la misión de sacar a la América latina de la dominación imperialista. Y ni hablar de la muerte de Perón, aunque más a tono de una cronología irremediable.

Hoy el dolor es otro. Porque se fue un político de raza. Porque la muerte apareció en el momento menos pensado, casi a pedir de aquellos que están agazapados a la espera de una señal que les diga que “ahora sí, es el momento de acabar con estos que les dan algo a los negros, a los pobres que no les gusta trabajar”.

No voté a Néstor Kirchner. Tampoco a Cristina. Pertenezco a una generación que descreyó de la política, que vio como se entregaba el país mientras se brindaba con champagne y se traicionaban los ideales. Crecí con el verso de que “con los milicos estábamos mejor, por lo menos se podía dormir con las puertas sin llaves”. Vi como aquellos que levantaban las banderas peronistas se inclinaban frente al poder central, creyendo que la sumisión iba a ser la puerta de entrada a ese primer mundo.

Y creí también que Kirchner era más de lo mismo. Al fin y al cabo, llegó a la presidencia apadrinado por Eduardo Duhalde, representante de esa política oscura y entreguista como pocos. Y, nobleza obliga, el camino me fue demostrando lo contrario.

Recuerdo que algo me empezó a hacer ruido aquel 24 de marzo de 2004, cuando se atrevió a decir que era “hijos de las Abuelas y de las Madres de Plaza de Mayo”. Descolgar el cuadro del genocida Videla de ESMA, y crear en ese lugar un museo de la memoria era todo un símbolo. Pero no bastaba.

Tampoco podía ocultar mi simpatía cuando, después de un comienzo dubitativo, empezó a alinearse con los gobiernos que llevaban adelante un cambio profundo en Latinoamérica. Y qué decir con la política de recuperación de derechos de los trabajadores, activos y pasivos, además de aquellas luchas por escapar de la égida del FMI, del Banco Mundial y de todos los organismos del stablishment económico mundial.

Y como todo proceso transformador lleva tiempo, el kirchnerismo me terminó “atrapando” en los últimos 2 años, después de la lucha con las patronales del campo, y de ver como se alineaba cierta oposición caníbal, que encontró impunidad mediática en las grandes corporaciones que no están dispuestas a soportar la pérdida de poder.

Por todo lo anterior, y muchísimo más, es que el golpe de este miércoles es muy duro. Sabiendo, claro, que el proceso iniciado en 2003 no es perfecto, ni mucho menos, pero también con la certeza de que ningún cambio profundo puede darse de la noche a la mañana.

Por estas horas habrá de todo. Consternación y dolor sincero, e hipocresía y alegría ocultada de aquellos sectores que imaginarán un futuro “promisorio” para sus intereses, ahora que el “tirano” ha muerto.

Sin embargo, con el correr de las horas la sensación es otro. Es creer que esta es una buena oportunidad para verificar si realmente el kirchnerismo pudo transformarse en un espacio popular, capaza de devolver la esperanza a un pueblo castigado, que hasta no hace mucho estaba al borde del colapso social, huyendo muchos hacia otras tierras en busca de una realidad mejor.

Se fue un político. Y por primera vez en mucho tiempo, el dolor es grande. Desde Perón para acá, es la primera vez que la muerte golpea y duro a un líder político indiscutido. Con la diferencia de que, a diferencia del “General”, Néstor estaba en la plenitud de su vida política.

Solamente queda el recuerdo y la certeza de que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Tal vez en eso estará el futuro del kirchnerismo. Con Cristina a la cabeza, sin dudas.

Por Juan Pablo Elverdín, de la redacción de NOVA 

Fuente: Diario La Palabra

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