Un adolescente se halla sentado ante una mesita; tiene delante un rimero de cuartillas; con ligera, presta, rauda pluma, va trazando renglones, ennegreciendo los blancos papeles; se detiene a veces; borra una palabra; escribe, rápidamente, otra. El artículo que ese adolescente está escribiendo es para un semanario del pueblecito. Con gran fe, con ardimiento, con pasión, ha ido este mozo trazando los renglones en las blancas cuartillas. Y luego, en la modesta imprenta, ansioso, sin perder un minuto, ha visto como esas cuartillas iban transformándose en letras impresas. Y más tarde, con el periódico en la mano, húmedo, oliendo a tinta fresca, ha leído y vuelto a leer su artículo. En todo el pueblo, seguramente, lo estarán leyendo a estas horas; no cabe duda de que esta prosa es viva, amena, enérgica, rápida, pintoresca. Y pasan dos o tres días de la semana; ya el domingo ha quedado atrás; es preciso pensar en el original para el próximo número. Los años pasan; del pueblo, ese joven ha saltado a la capital de provincia; de esa ciudad ha ido luego a Madrid. Ha comenzado a vivir intensamente la vida. Ha conocido a los hombres; la experiencia humana en todos los órdenes, en el social, en el político, en el literario- es la gran escuela del periodista. La adversidad ha puesto a prueba su amor al periodismo. Sin orden, a placer, según los azares de la vida, este mozo que nosotros hemos imaginado -y en quien acaso hayamos puesto algo de nuestra personalidad- ha ido leyendo toda suerte de libros. Su pasión es la palabra exacta, clara, precisa, expresiva, Cuando escribe, desea que todos, en el sector ancho, vasto, del periódico, puedan comprender lo que dice. ¡Cuántos escritores, profundos, cultos, eruditos, escriben en los periódicos! ¡Y qué pocos periodistas! Un gran periodista -católico, Luis Veuillot- ha definido el periodista en pocos y esenciales rasgos: El talento del periodista -ha dicho este verdadero maestro del periodismo- consiste en la prontitud, el rasgo y, ante todo, la claridad. El periodista no dispone más que de unas cuartillas y de una hora para exponer el problema, batir al adversario y dar su parecer; si escribe una palabra que no sea eficaz; si escribe una frase que el lector no comprenda inmediatamente, ese periodista no sabe su oficio. Que se apresure; que sea límpido; que sea sencillo. La pluma de un periodista goza de todos los privilegios de una conversación atrevida; debe el periodista usar de esas prerrogativas. Pero nada de énfasis; sobre todo, que no caiga en la tentación de buscar la elocuencia. Así ha hablado un maestro. ¡No usar, no buscar, no ansiar la elocuencia! La elocuencia es la enemiga capital del buen periodista. (…) 1928 Azorín (José Martínez Ruiz) 1873-1967
Fuente: CEPP - Centro de Producciones Periodísticas
No hay comentarios:
Publicar un comentario