sábado, 5 de marzo de 2011

Más cristinistas que Cristina

En pocas horas la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kichner, tuvo que salir al cruce de una supuesta operación destinada a habilitar su reelección indefinida; desactivó la movida de un grupo de intelectuales que cuestionaron la presencia de Mario Vargas Llosa en la apertura de la 37ª Feria del Libro y le bajó el tono públicamente a la pelea que sostienen los kichneristas más duros con el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, por la inseguridad. A esta altura del año electoral en la Casa Rosada estiman que los alcahuetes le hacen más daño al gobierno que los representantes de la oposición.La supuesta movida re-reeleccionista fue una operación de prensa. La diputada Diana Conti mordió el anzuelo y declaró en Radio Dos de Rosario: “Los sectores ultra K a los que pertenezco avizoramos el deseo de una reforma constitucional porque quisiéramos una Cristina eterna”. Esta frase habilitó a los medios enfrentados al gobierno a habilitar una calesita de consultas a opositores que fustigaron la idea “en defensa de la República y las instituciones”. Más allá de la torpeza de Conti, la noticia es de cumplimiento imposible y así lo explicó la propia CFK ante la Asamblea Legislativa. “Ni siquiera logré que me aprobaran el presupuesto”, dijo.

Si finalmente la presidenta fuera candidata y ganara las elecciones con amplio margen nunca lograría las mayorías necesarias para reformar la Constitución Nacional. Esto lo saben opositores y periodistas. Sin embargo la noticia imposible creció igual y tuvo inusitada amplificación. Este es otro rasgo novedoso del periodismo argentino: no importa si algo es cierto, importa lo que puedo hacer con ello.

Las reelecciones indefinidas son una rémora autocrática. Todavía se sostienen en Formosa, Catamarca y Santa Cruz. En esta última provincia fueron los Kichner los que la propiciaron. Alguna vez Carlos Menem soñó con ese atajo. Desmontarlas es un imperativo democrático.

El costo para el gobierno es claro. Se habló más de esta piruetea que de la batería de leyes que propondrá el ejecutivo para este año: Lavado, Antievasión, Adopción, Extranjerización de la tierra y Nuevo estatuto para el peón rural, entre otras iniciativas.

La polémica desatada por la presencia de Mario Vargas Llosa en el acto inaugural de la Feria del Libro también obligó a la presidenta a intervenir. El flamante Premio Nobel de Literatura es, además de un escritor extraordinario, un operador político de la derecha más reaccionaria. Pasó de sostener ideas progresistas en su juventud a ser lobista de la Fundación Libertad y otras organizaciones que propician el neoliberalismo más ortodoxo. Le cabe perfectamente la definición que le destinó el escritor nicaragüense Sergio Ramírez: “Vargas Llosa es un hombre con una estrella en la frente y la noche en la conciencia”.

Vargas Llosa dijo las peores cosas del peronismo en general y de los Kichner en particular. Habló de “galimatías” y “aquelarre” para definir a la Argentina. También señaló “la responsabilidad de los argentinos en la tragedia que viven; no tan injustamente les pasa lo que les pasa”. Con una represión inédita en la historia reciente del continente y un saldo de treinta mil desaparecidos, la frase es altamente ofensiva. Esto motivó al director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, al filósofo Ricardo Foster y a un grupo de intelectuales y escritores progres a enviar una carta a la Fundación El Libro cuestionando la presencia del peruano.

Fue la presidencia la que puso racionalidad: “El Estado debe intervenir sólo como garante específico del uso libre de la palabra”, le dijo a González y lo instó a retirar la carta. En el gobierno saben que Vargas Llosa no dirá nada nuevo. Es un provocador. Hablará del peronismo como una degradación de la política y no escatimará brulotes sobre la presidenta. En definitiva, expondrá su ideología con vehemencia. Tiene derecho a hacerlo. Impedir su participación o complicarla, sería como darle la razón a sus prejuicios.

En la Asamblea Legislativa, la presidenta reinvindicó sus ideas de cómo hay que combatir la inseguridad. Ponderó a la Ministra Nilda Garré (también tuvo gestos hacia Aníbal Fernández y Daniel Filmus en su discurso) y anunció que cinco mil policías federales se sumarán a las tareas preventivas. Son los agentes que antes se dedicaban a hacer documentos de identidad. Además cuestionó el uso electoral de la inseguridad y pidió terminar con la falsa antinomia entre mano dura y garantismo. “Seguridad ciudadana y derechos humanos son complementarios”, dijo. Los destinatarios de esa frase no sólo están en la oposición y en los medios, muchos transitan los pasillos del poder. Desde hace semanas algunos “gurkas”, en nombre de un supuesto credo oficialista, castigan a Daniel Scioli con ese tema. Algo está claro, más allá de las diferencias que la presidenta tiene con el gobernador, lo reconoce como su principal socio electoral.

Días antes, la primera mandataria tuvo que enmendar distintos desaguisados que se originaron con el exceso de publicidad oficial en el Fútbol para Todos (cuatro minutos de spot homenaje a Néstor Kichener) y los absurdos panegíricos emitidos por la agencia oficial de noticias. Las buenas perspectivas electorales que le brindan las encuestas, hacen que Cristina Fernández no sólo tenga que estar alerta ante las movidas opositoras. Como ella misma señaló, también debe cuidarse “del compañero que siempre me quiso mucho o de algunos que ahora me quieren más que antes”.
 
Fuente: Diario Z  edición del 03.03.2011

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