La Presidenta entró con Kirchner y no le soltó la mano durante la hora en que los médicos intentaron reanimarlo; "no me dejes", le decía, llorando
Lo tuvo entre sus brazos. No quiso que se le escaparan los últimos minutos de vida sin su presencia. El ya no pudo sentir su mano. Ella nunca lo dejó de tocar. Lo acariciaba. Con una mano agarrada a la de él, con la otra en el pelo, la frente, la cara. Y se le fue. Así, en sus brazos.
Lo tuvo entre sus brazos. No quiso que se le escaparan los últimos minutos de vida sin su presencia. El ya no pudo sentir su mano. Ella nunca lo dejó de tocar. Lo acariciaba. Con una mano agarrada a la de él, con la otra en el pelo, la frente, la cara. Y se le fue. Así, en sus brazos.
Durante 50 minutos, con el esfuerzo físico de los médicos volcados sobre el cuerpo de Néstor Kirchner para reanimarlo, fue la Presidenta la que estuvo a su lado en aquella sala de emergencias en la que la vida de su esposo se esfumó para siempre.
No podía hablar. Apenas balbuceaba. "No me dejes. Vas a poder", le decía Cristina hundida en un llanto, con la espalda encorvada sobre el cuerpo inmóvil que yacía sobre la camilla especial preparada para los auxilios respiratorios.
Frente a ella, Kirchner se desmayó en la casa, y frente a ella se murió. Fue en el shockroom de seis metros por ocho, rodeada por 12 médicos, dos cardiólogos y cuatro terapistas. Le inyectaban drogas, le bombeaban su corazón manualmente. Nada.
Frente a ella, Kirchner se desmayó en la casa, y frente a ella se murió. Fue en el shockroom de seis metros por ocho, rodeada por 12 médicos, dos cardiólogos y cuatro terapistas. Le inyectaban drogas, le bombeaban su corazón manualmente. Nada.
El médico presidencial Benito González asistía al plantel del hospital José Formenti, el único asistente de la Unidad Médica Presidente que estaba con el matrimonio en el descanso de unos días que pensaban pasar en esta villa turística hasta que los golpeó la desgracia.
Cristina Kirchner se subió a la ambulancia que trasladó al ex presidente de la casona presidencial al hospital, pegada al lado de Kirchner.
Viajó con él, con sus manos agarradas a las de su esposo. Dos médicos la acompañaban en la parte trasera con las primeras tareas de reanimación.
Al llegar, la Presidenta bajó corriendo detrás de la camilla y se metió en la sala de emergencias. Nadie se animó a insinuar que no estuviera allí, rodeada de médicos, cables, aparatos. Nadie se animó a interrumpir la escena de profundo dolor en la que vieron a la jefa del Estado.
Congoja
Cuando la ciudad comenzaba otra vez a volver a la calma, ayer en el hospital que vio irse al ex presidente todo era recuerdo y congoja. Uno de los médicos que estuvieron en el momento del ataque que sufrió Kirchner contó los entretelones a LA NACION, ya cuando el personal de seguridad de Presidencia había abandonado el lugar para mudarse completo a la Casa Rosada.
En esa hora que duró la reanimación, los testigos privilegiados de la dolorosa escena coincidían en destacar el fuerte estado de shock en el que había entrado Cristina. Pero nunca debió ser asistida por el personal del hospital que estaba en alerta ante las duras muestras de tristeza que manifestó la Presidenta. "Todavía estamos a tiempo", les rogaba a los médicos la jefa del Estado, esperanzada aún en revertir la historia.
Nunca se acercó un respirador a Kirchner. Las tareas de reanimación cardiopulmonar avanzadas (RCP, en la jerga médica), que le practicaron durante los 50 minutos que estuvo en el shockroom, mantuvieron a Cristina Kirchner como una de las pocas del círculo más íntimo del matrimonio. Apenas si ingresaron el médico presidencial que estaba de guardia junto con ellos y algunos custodios. Estaban cerca para contener a la Presidenta. Sabían que por Kirchner ya nada se podía hacer.
Apenas unos minutos después de ingresado a la guardia apareció en el hospital el intendente local, Javier Belloni.
Como toda clínica de pueblo, fue una tarea imposible para el personal médico dejar afuera a quienes se acercaban.
"Puede ser que en un hospital de Buenos Aires no ingrese nadie en ese momento. Pero esto es un pueblo", decían ayer fuentes de la clínica cuando contaban que la jefa del Estado había estado presente en todo momento hasta que el cuerpo fue finalmente trasladado otra vez a la gran casona presidencial para el velatorio íntimo que se organizó para unos pocos.
El otro que ingresó fue el empresario Lázaro Báez, que acompañó a Cristina desde allí hasta su casa.
"Entró con muerte súbita. Su cuerpo ya hacía presagiar un resultado así. Lo mismo hubiese pasado acá o en el mejor hospital del mundo", sostenía el personal de la clínica que anteayer se congregó en pleno, a las 8.05, cuando saltó la primera alarma.
Tan tensa y destruida habían visto a la Presidenta en la hora que pasó en el hospital que desde la clínica se decidió enviar una ambulancia de guardia a la puerta de la residencia Los Sauces. Llegaron equipos incluso de Río Turbio y Piedra Buena como prevención ante la emergencia.
Cuando la ciudad comenzaba otra vez a volver a la calma, ayer en el hospital que vio irse al ex presidente todo era recuerdo y congoja. Uno de los médicos que estuvieron en el momento del ataque que sufrió Kirchner contó los entretelones a LA NACION, ya cuando el personal de seguridad de Presidencia había abandonado el lugar para mudarse completo a la Casa Rosada.
En esa hora que duró la reanimación, los testigos privilegiados de la dolorosa escena coincidían en destacar el fuerte estado de shock en el que había entrado Cristina. Pero nunca debió ser asistida por el personal del hospital que estaba en alerta ante las duras muestras de tristeza que manifestó la Presidenta. "Todavía estamos a tiempo", les rogaba a los médicos la jefa del Estado, esperanzada aún en revertir la historia.
Nunca se acercó un respirador a Kirchner. Las tareas de reanimación cardiopulmonar avanzadas (RCP, en la jerga médica), que le practicaron durante los 50 minutos que estuvo en el shockroom, mantuvieron a Cristina Kirchner como una de las pocas del círculo más íntimo del matrimonio. Apenas si ingresaron el médico presidencial que estaba de guardia junto con ellos y algunos custodios. Estaban cerca para contener a la Presidenta. Sabían que por Kirchner ya nada se podía hacer.
Apenas unos minutos después de ingresado a la guardia apareció en el hospital el intendente local, Javier Belloni.
Como toda clínica de pueblo, fue una tarea imposible para el personal médico dejar afuera a quienes se acercaban.
"Puede ser que en un hospital de Buenos Aires no ingrese nadie en ese momento. Pero esto es un pueblo", decían ayer fuentes de la clínica cuando contaban que la jefa del Estado había estado presente en todo momento hasta que el cuerpo fue finalmente trasladado otra vez a la gran casona presidencial para el velatorio íntimo que se organizó para unos pocos.
El otro que ingresó fue el empresario Lázaro Báez, que acompañó a Cristina desde allí hasta su casa.
"Entró con muerte súbita. Su cuerpo ya hacía presagiar un resultado así. Lo mismo hubiese pasado acá o en el mejor hospital del mundo", sostenía el personal de la clínica que anteayer se congregó en pleno, a las 8.05, cuando saltó la primera alarma.
Tan tensa y destruida habían visto a la Presidenta en la hora que pasó en el hospital que desde la clínica se decidió enviar una ambulancia de guardia a la puerta de la residencia Los Sauces. Llegaron equipos incluso de Río Turbio y Piedra Buena como prevención ante la emergencia.
No fue necesaria ninguna asistencia. La familia, los amigos más íntimos y algunos funcionarios se encargaron de contener a la Presidenta.
El Calafate - Fuente: La Nación - por Mariana Veron / RN24
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